martes, 5 de febrero de 2013

Los Tigres del Norte



Me estaba comiendo una abundante tapa en Los Tigres del Norte, ahí por la calle Hortaleza.  Bah, le llaman tapa pero en realidad era un platazo de paella con varias, éstas sí, tapas de las clásicas, una con queso, otra con rodaja de chorizo y otras no sé muy bien de qué, y todo remojado con una caña en vaso tubo. Y a sólo dos con cincuenta euros. Especial para pobres como yo. Y no tan pobres en este parque de diversiones en penumbras. Festín para mis tripas y sosiego para mis neuronas necesitadas de un toque de ausencia en el embarcadero de las almas en pena. Allí entre la bruma corrupta de los noticieros y la pérfida brisa de las palabras huecas y los titulares con vendajes de momias. El cerebro por la nariz y a esperar el juicio eterno. En estas cavilaciones me encontraba cuando Fran pasó junto a mi mesa (que no somos amigos, apenas cruzamos unos saludos de tanto en tanto), y me susurró, inclinándose para hacerlo más cómplice, un ¡ey, que todos somos ángeles efímeros! Había leído algo, cosa que me sorprendió bastante, sinceramente. No esperaba ningún comentario de ese hombre, pero mira por dónde, ahí estaba.  “Claro”, les respondí, y aprovechó quizá mi cara de sorpresa para apartar una silla y sentarse enfrente mío. Sin invitación, aunque le dije igual siéntate si quieres, aunque ya se había sentado y me miraba fijamente como si me fuese a revelar un secreto. O un descubrimiento importante.
-Lo del muro te refieres a la otra vida, ¿no? Al cielo o algo así…-, me lanzó junto con su dedo índice apuntándome a la frente.
-No-, le dije escueto.
-¿Ah, no? Cómo…a ver, explícame entonces eso de cruzar “al otro lado”, es que pa`mí la única opción de hacerlo es estando muerto, ya sabes, no hay otra forma…
Lo noté incomodo, contrariado, pero yo no tenía ganas de darle ningún alivio.
-Hablo de otras cosas-, le contesté.
-¡De la fama! ¡Eso es!-, exclamó por fin, desahogándose de una duda, o como para llevarse al menos el segundo premio. Y sonrió satisfecho.
Pero le clavé otra estocada.
-Pues no, es que no se trata precisamente de un asunto tan concreto. Sí, es un poco ambiguo, tal vez, pero es lo que es…aunque si tú lo entiendes por ese lado está bien. Ese es un poco el fin del arte, la interpretación libre, aunque la piedra angular sea mi propia inquietud ¿me entiendes?, si no me sorprende a mí, me aburre. Hay un punto en el que verdaderamente somos tomados por sorpresa, y la historia tiene su propia vida…y te da placer escribir y recorrer esos laberintos imprevisibles, hasta sentimos un poco de angustia por el desenlace, temores, ansiedad…hay que padecer el relato…quizá parezca presuntuoso…no sé, ¿entiendes?
Se quedó mirándome unos segundos, y no supe si iba a carcajearse o darme una trompada. Pero se puso de pie, frunció la boca desconcertado y con un hilito de voz dijo “bueno”, ya para marcharse. Igual traté de no ser descortés y agregué, inútilmente:
-La verdad es que no suelo “explicar” lo que escribo, además, a veces, no sé, honestamente, lo que escribo. Sí, sé, sé el comienzo y más o menos  lo voy llevando, y después…
-Ajá-, dijo sin más interés ni en mi relato, ni en mi explicación, ni en mí. –Bueno, nos vemos-, me saludó finalmente.
Y me alegré de que se fuese, mi cerveza se había calentado con esa visita inesperada, y deseaba volver a mis cavilaciones. Por lo menos allí, en el limbo, nadie me cuestionaba nada. Aunque tampoco pude volver a ellas. Otras “ellas” reclamaban mi atención, una “ella” en especial. Una brasileña –deduje por su acento- que hablaba con su amiga y me miraba de reojo. Le sonreí y me devolvió una sonrisa mucho más amplia y blanca.
Esa noche viajé a Rio de Janeiro a bordo de una piel morena, y subí a dos Pan de Azúcar; me deslicé por un pequeño Mato Grosso y al fin encontré un mínimo Amazonas. El cielo grisáceo de sus ojos tuvo gaviotas y el aire tibio de su aliento me trajo el ritmo de una bossa en pleno Copacabana. Y fui un ángel, un ángel muerto y uno revivido. Un efímero ángel de una ciudad llena de ángeles efímeros. Tan viejo como mi viejo amigo, el ex futbolista. Y tan pobre como él. Aunque a diferencia de aquel hombre, por una noche, al menos por una, no me había sentido tan solo. Y hasta imaginé que había sido amado de verdad.
 A la mañana siguiente todo Brasil roncaba y me marché sin hacer ruido, le di un beso en la única mejilla libre, pero ni se enteró. No dejé notitas, ni ninguna cursilería al uso. Sólo me adentré en la calle, ésa, que ya buscaba presurosa, enloquecida, la multitud que se apretujaba frente al portal aquel. ¿Quién no quisiera cruzar al otro lado?, le dijo una mujer de piel muy blanca y cabellera negra con reflejos ocres a su eventual acompañante, un tipo alto con gafas de sol y un portafolios como el de un vendedor de seguros, que asintió con la cabeza.
Pasé por enfrente de “Los Tigres del Norte” y sentí una estúpida melancolía del día anterior. Hubiese soportado a Fran una vez más con el afán de comenzar de nuevo la tarde que trajo la noche y las costas cariocas. Pero aquello ya era definitivamente el pasado. En este, mi lado, era también un ángel, más que efímero, desesperado, pero un ángel que de vez en cuando , muy de vez en cuando, encontraba su instante de eternidad.


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